martes, 27 de marzo de 2012

Un día en la Ferreterría

Soy una basurera nata, algunos me consideran una loca, sin embargo yo creo que reutilizar cosas que otros tienen y ya no van a usar es sinónimo de conciencia social. Así fue que a lo largo de estos años me fui haciendo de objetos prestados, cubiertos robados (esa historia la voy a contar en el próximo post), y muebles  encontrados. La máxima fue la del día de ayer cuando acompañé a dos de mis primas a un evento en el barrio de Colegiales y  al salir del lugar una pareja de treintañeros (largos) dejaba a la deriva un escritorio pequeño, de madera pintada de blanco y formica, color beige en PERFECTO ESTADO. Supe que el destino me había regalado un gran día. Eramos 3 chicas, con un auto, a 15 cuadras de casa. No lo dudamos un segundo y como pudimos llevamos el escritorio a mi pequeño hogar. La cosa es que entre el movimiento de muebles me dí cuenta que el piso de mi living estaba completamente rallado a causa de un sillón en no muy buen estado que me prestó una querida amiga, que hoy día reside en el Japón. Dado que sus patas están rotas, opté por ir a la ferretería y comprar  paño para no seguir rallando el piso. Mi plan era perfecto, solo que nunca pensé que el ferretero me iba a oficiar de pseudo marido e iba a intentar por todos los medios convencerme que mi solución al problema era una mierda. Me tuvo 45 minutos dandome mejores opciones y más baratas a mi problema pero que claramente requerían de;
a) un taladro
b) una sierra para cortar madera
c) tornillos
d) paciencia
e) habilidades de tipo carpinteriles
f) UN HOMBRE

Me hizo dibujos, me mostró superficies, me explicó sobre como colocar los clavos. Yo mientras tanto sudaba  pensando en la fiaca que me producía tan solo pensar aventurarme a semejante tarde entre martillos y herramientas. Mis caras eran bastante elocuentes, no entendí porque el tardó tanto en darse cuenta de que eso jamas iba a suceder. 
Me fui frustrada hasta que me acordé de aquella manta robada de la primera clase de Aerolíneas Argentinas. Nunca la había usado, jamás entendí porque me la lleve. La puse abajo del sillón que ya no se ralla, no se ve y funciona perfecto. 
Eso es lo bueno de ser basurera, siempre encontrás alguna porquería útil que te resuelve el problema que algún otro objeto en mal estado te generó, arruinandote un poquito la vida.

1 comentario:

C. dijo...

ja! bue-nísimo!